lunes, 28 de septiembre de 2009

Cola de Caballo.

Fue noche de rumba y el sol se alza ya en el cenit de un radiante, sensual e impredecible domingo. Los ritmos transcurrieron voluptuosamente entre tambores afro latinos, trompetas caribeñas y sintetizadores europeizantes, dejando en la piel un sabor a mujer que se impregna deliciosamente y en el espíritu, la alegre pasión por ellas. Las maderas del ron bien bebido obran en el cerebro el efecto sedante, que el escalador percibe cuando descansa su cuerpo suspendido en una cuerda tensada sobre el vacio. Así y con el ardiente asfalto desnaturalizando el horizonte, vino a bien un trote desde la calle setenta y dos, por toda la carrera quince hasta la calle cien. La marea de gentes y colores, artefactos y sabores que inundan la ciclo vía bogotana se ve sumamente amigable y natural, cuando para no perder pulmones y corazón se recoge el camino hecho en feroz carrera, con una marcha disminuida en socarrona cadencia. Cerca al descanso final y al tardío almuerzo de carnes picadas, arroz, verduras y papa, todas en un típico calentado, se observaban atravesar apacibles y decididos los transmilenios en la avenida caracas con calle setenta y cuatro. Una mujer bella y joven acompañada de un niño volantón y un hombre adulto venían en sentido contrario con un cachorro hiperactivo y juguetón de una belleza y ternura de esas que dan luces de raza ninguna, la fornitura que adornaba su cuello y pecho no tenía lazo a amo alguno. De acá para allá y de allá para acá transcurrió el libre animal. La escena no era observada mas, cuando un estrepito y un crujido sordos a más de un grito velozmente ahogado, llamaron la atención; bajo el semáforo en verde y el impasible devenir de los articulados la mujer bella y joven cubría su cara con las manos en un gesto de duelo torpe, el hombre adulto tenia la fisionomía estúpida del que sabe pero no entiende y el niño volantón aprendía con el estilo que la vida misma tiene, una lección.

© Fabricio Franco Talero +57(311)811 85 35

jueves, 10 de septiembre de 2009

Poder.


Imaginar al hombre cavernario cubierto de bello y taparrabo en cuero de bisonte; celosamente acurrucado en una recóndita anfractuosidad abismal, mordiendo presuroso y vigilante con su potente e hirsuta dentadura, la carne cruda y aun caliente de algún animal de caza; temeroso del rayo, de la creciente, del forastero; maravillado con la agilidad de la liebre, la ferocidad del tigre, el vuelo de las aves, el titilar de las estrellas y articulando con ingentes esfuerzos ininteligibles gruñidos para darse a entender en una comunidad primeriza; provee una impresión que contrasta de golpe, con la imagen de un homínido con aires de dandi arrellanado en una muelle butaca en pleno dos mil nueve; tumbado a las orillas del mar de Cartagena, saboreando la briza marina mientras el resquemor de la noche anterior resuena en la playa, con ritmos electrónicos que anidan en los cuerpos de gentes de biotipo tan diversas como etílicas y lúdicas; tapeando y bebiendo amber dream con apostura de noble, mientras en un laptop digita los signos que componen a la vez una página de escritor y un mensaje de saludo para su red privada de internautas; moderno y cosmopolita, su mesura al hablar y su precisión al escribir, denotan su fascinación con la agilidad de un piloto en un jet para supremacía aérea, con la ferocidad en el uso de la bomba de hidrogeno, con el estudio del devenir de los tiempos interestelares, con la posibilidad de vida inteligente fuera del planeta y con el ejercicio de la articulación metódica del lenguaje heredado, para construir su bienestar propio y el de sus congéneres.

En la yuxtaposición anterior varios lectores hallarían un devenir evolutivo, otros tantos una simple y desigual suma de recursos mecánicos y tecnológicos, otros muchos el ejemplo más barato y prosaico de casualidad, fortuna, destino y para unos cuantos más, un párrafo plagado de impedancia, pendencias e imprecisiones retoricas y contextuales. Como sea y cual sea el punto de llegada de cada quien, lo que resulta innegable es el poder que tienen los garabatos puestos en papel para transformar la visión y misión del ser humano, si, del ser humano, o sea USTED mi querido lector; mientras lee estas líneas desaforadas, he logrado como escritor extraerle de su cotidianidad para apoderarme por unos minutos o tal vez mas de su CEREBRO; pero tranquilo, prometo devolvérselo al terminar la cuartilla –cosa que no hacen los predicadores, ni los políticos, ni los moderadores de café literario y nadie que promueva una agenda-.

El punto es, que desde las fases primitivas del hombre, la punción en sus ánimos lo llevo por el camino del lenguaje como medio, tal vez, para aliviar la angustia de existir, para gestionar la propia ignorancia que ahoga, para entender mejor y dominar eficazmente el mundo hostil que lo contiene y que le domina sin descanso; este sentimiento es el que le ha movido desde tiempos pretéritos a clasificar, a encontrar un sentido en cada cosa, una necesidad, la armonía y equilibrio que intuye en si mismo, la expresión de absoluto que el arte manifiesta a partir del hombre mismo.

Así nombrar y significar son sustitutos simbólicos que el hombre opone a la dominación de la naturaleza y a través de estas representaciones que de ella se hace, organiza a su capricho y concede valor, utilizándolas como teatro de experimentación en el que se conoce a si mismo aunque ignore todo del mundo, intuyendo el concreto tras la fachada. Organiza sonidos que se convierten en palabras, palabras que designan y significan a bocajarro objetos de primera necesidad, luego las cosas, el orden de las cosas, finalmente relaciones, juicios. Y como parece que el poder de las cosas está inserto en sus formas, parece también que la imagen de sus formas encierra la imagen de su poder.

He ahí el poder de la literatura para transformar; por medio de ella no podemos conocer el mundo pero si intuirlo, a través de ella podemos hacer un laboratorio y conocernos a nosotros mismos en el mundo. Usando el signo para percibir todo cuanto ha sido experimentado, re-conociendo con un conocimiento más depurado que el conocimiento inmediato, puesto que el signo constituye la síntesis, llegando así a una toma de conciencia más total y pura que sin duda alguna proporciona el fino criterio para el tipo de decisiones que puede cambiar las cosas.

Definitivamente la distancia entre el chimpancé y el hombre actual no está dada en años ni procesos evolutivos, sino por la capacidad individual y colectiva de abordar situaciones.

© Fabricio Franco Talero +57(311)811 85 35